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¿QUE DECIR?

¿Qué decir? Los números solos, aunque parecen fríos, hablan por sí mismos: en La Plata 39 muertos, la mayoría de un barrio humilde, Tolosa. En la Ciudad de Buenos Aires 6 muertos según datos oficiales. Miles de evacuados y por lo menos 450.000 afectados.

¿Qué decir? Los números solos, aunque parecen fríos,  hablan por sí mismos: en La Plata 39 muertos, la mayoría de un barrio humilde, Tolosa. En la Ciudad de Buenos Aires 6 muertos según datos oficiales. Miles de evacuados y por lo menos 450.000 afectados.

La impotencia de los argentinos creció en medio de la corriente. Las imágenes: familias con sus chicos y sus mascotas durmiendo en los techos, abuelas postradas en la cama sin poder moverse cercadas por el agua,  conductores encerrados en sus automóviles -que pueden ser padres, hermanos, vecinos o amigos-; colectivos tapados y caminos cerrados, escuelas sin alumnos convertidas en albergues, pilas de libros en las calles, empapados. Parecen escenas de una película trágica. Autos, colchones, juguetes, heladeras, en fin,  toda una vida flotando. Y una profunda soledad.

Y la pregunta obvia ¿por qué? Y la respuesta obvia, la misma de siempre: porque las inclemencias climáticas hacen compañía a una nefasta política que prioriza -incondicionalmente- los negocios inmobiliarios sobre las necesidades populares. Pero, encima, debemos ver cómo arriba del escenario, entre luces y sombras, se echan culpas entre ellos. El Ingeniero sorprendido entre la arena de las playas brasileras. El silencio del Gran Buenos Aires.  Una cadena nacional que omite  las inundaciones y las muertes. En fin, para los argentinos, otra vez la impotencia y la soledad.

Y no pensar en las causas de este desborde es,  al menos para mí, inevitable. Como es imposible no hacer memoria. Porque hace apenas unos meses atrás se aprobaba  el escandaloso negociado inmobiliario entre el gobierno nacional y el de la Ciudad, junto con el grupo IRSA -que controla la mayoría de los shoppings porteños y su dueño, Eduardo Elsztain, es presidente del Banco Hipotecario-.

El paquete -como un super combo agrandado- contenía:  leyes que  autorizaban al Gobierno porteño a vender el Edificio del Plata en US$ 80 millones para financiar la construcción del Centro Cívico en el sur de la ciudad. La construcción de un barrio de lujo, Solares de Santa María, en la ex Ciudad Deportiva de Boca. La rezonificación de la Isla Demarchi, para poder realizar el negocio inmobiliario que está detrás de la fachada del “Polo Audiovisual”.  La concesión por 30 años de treinta y siete hectáreas de espacio público (37 manzanas) del Parque Roca a un privado sin canon alguno que será eximida de pagar los impuestos durante diez años. Votaban estas  leyes personajes de la vida política como Juan Cabandié y los legisladores del PRO, juntos, mientras, vecinos de las villas porteñas reclamaban la urbanización de sus barrios.

Eso sin decir, además, que para sumar a la indignación, en la capital de los shoppings, el DOT -también del grupo IRSA- bombea el agua de las cocheras cuando llueve sobre el Barrio Mitre, en Saavedra. Un barrio de trabajadores que sufre con cada inundación por el desagüe del shopping. Lo mismo que sucede en Villa Martelli y San Martín con el predio Tecnópolis. Y hace apenas una semana, el gobierno de la Ciudad -casi una Venecia pero del Tercer Mundo- gastó  más de 25 millones de pesos para que se corra el “super TC 2000”.

Pero a todo esto se suma, indudablemente,  un problema estructural. Porque este desastre previsible, comenzó hace mucho tiempo. Quizás primero tendríamos que recordar allá por 1886 el inicio de la urbanización de los bajos inundables. Y luego, la ocupación de los valles de inundación del arroyo Vega, el Medrano, el Cildañez, el Riachuelo. Fue en épocas de Yrigoyen cuando comenzaron a entubarse con obras millonarias para no desvalorizar los terrenos inmobiliarios. Hoy, cabe plantear, que se pone en duda la eficacia de este sistema frente al de arroyos a cielo abierto (como tienen en otras ciudades como Granada). Porque, en definitiva, se busca tratar de sacar el río de allí con obras millonarias y con resultados inciertos.

Además, “Este tipo de tecnología  actúa como torpe mitigador de una falta grave: no hay ordenamiento territorial. La urbanización, mediante la presión del negocio inmobiliario, avanzó sobre los terrenos inundables”, explica el periodista especializado en medio ambiente, Eduardo Soler.  Entonces,  ¿qué está ocurriendo?  ¿esto es resultado de una  catástrofe “natural”? No.  Que la  población se asiente en terrenos inundables, bajos, contaminados,  viva en condiciones precarias y sufra las consecuencias  “previsibles”, eso,  no es natural.

Un informe reciente de la Universidad Nacionalidad de La Plata, explica: “Se destaca la expansión urbana sobre las planicies de inundación del arroyo, en especial en la cuenca baja y media”. En particular: “el proceso de asentamiento de viviendas carenciadas que ocupan la ribera y la planicie de inundación del curso, expuestas a un elevado riesgo de inundación”. Y entre las conclusiones decía: “ante inundaciones o desbordes se expone a la sociedad a factores que afectan la salud humana”.

El cambio climático, que con buenas políticas urbanas no tendría que generar el caos que estamos viviendo, el avance sobre los espacios verdes, las precarias condiciones habitacionales en las que vive una gran parte de la población y la concentración en áreas urbanas -consecuencia del sistema productivo-, terminan de moldear, lamentablemente,  un panorama desolador en el que si no se adapta la Ciudad y el área Metropolitana a la realidad que estamos padeciendo, el riesgo tiende a aumentar.

Ahora, algunos  intentan contener las consecuencias. Pero de planificación urbana basada en las necesidades populares, de transformaciones estructurales para una vida mejor para los más humildes, de eso, no se habla. Parece que si no cambia algo seguiremos flotando, solos, entre la furia y el abandono. Ya perdimos muchas vidas inocentes. Entre la impotencia, la bronca, la desolación, al menos, espero, el agua no se  lleve la memoria.