|

Un camino hacia el carnaval en la Comuna 3

Un recorrido histórico por la forma que adquirió en nuestra ciudad y las vicisitudes que atravesó en nuestros barrios del sur, más específicamente en los que ocupan la Comuna 3: Balvanera y San Cristóbal. Por Adrián Dubinsky.

Introducción

Sabido es que el carnaval tiene infinitas variantes en diferentes culturas, pero en casi todas ellas, el objetivo es subvertir el orden, burlarse de lo establecido, poner todo de cabeza. La antropóloga Alicia Martín habla de “inversión temporaria del orden social, de unión de contrarios y de relativización del mundo a través del humor y la parodia” (1). En ese sentido, en la mayoría de los casos, quienes más quieren subvertir ese orden son las clases populares. Conforme los sustratos de la patria comenzaban a bosquejar sus formas de diversión, situar sus burlas y destinatarios, sus denuncias y la forma en que la acumulación anual de fatigas y penurias se transformaban en ordalía y festejo desenfrenado, las clases dirigentes, el Estado y su orden positivista, se dedicó sistemáticamente ya sea a regular o, directamente, a prohibir el carnaval. 

No nos dedicaremos en esta nota a profundizar sobre el origen litúrgico del carnaval, ni tampoco visitaremos los estudios de Bajtín acerca de sus características grotescas a partir del medioevo, sino que, para contar el carnaval en nuestro barrio, en nuestra comuna, haremos un recorrido histórico por la forma que adquirió en nuestra ciudad y las vicisitudes que atravesó en nuestros barrios del sur, más específicamente en los que ocupan la Comuna 3: Balvanera y San Cristóbal. Vale recordar que la primera organización de la ciudad miraba hacia el sur, con lo cual la mayoría de las manifestaciones populares se daban hacia ese punto cardinal y hacia el oeste. La/os lectore/as se encontrarán con un texto largo (pero larga es nuestra historia) en el que abrevaremos en diversas y variadas fuentes, para ir centrándonos de a poco en el carnaval de nuestra comuna, primero, y de nuestro barrio, San Cristóbal, después. De hecho, para historiar los últimos 20, 25 años, partiremos de una entrevista realizada a tres integrantes de la ya mítica murga sancristobaleña Resaca murguera.

La colonia

En el excelente libro del historiador Enrique H. Puccia, Breve historia del carnaval porteño, ya desde el vamos el eximio historiador de Barracas explicita lo que insinuábamos al inicio de este artículo, el principio regulador del orden por sobre el caos desatado por la plebe en esos cuatro días locos (luego veremos, que durante mucho tiempo fueron 6 días locos, y no 4). En 1771, el gobernador de Buenos Aires Juan José de Vértiz, mexicano de nacimiento y luego Virrey del Río de la Plata, establecía por mandato los festejos del carnaval a puertas cerradas e impedía a la vez los festejos callejeros tan poco deseables para la veleidosa sociedad porteña que, escandalizada, había llevado el chisme hasta la corte metropolitana. Un año antes, el mismo gobernador había prohibido los bailes de negros con tambores, “bajo la pena de doscientos azotes y un mes de barraca” (Puccia: 11). El 16 de diciembre de 1774, el rey Carlos III de España firmo un Decreto Real prohibiendo el carnaval en todo el territorio de ultramar. Por lo visto, tales medidas no resultaban tan eficientes, ya que años después, el Virrey Cevallos emitía una nueva orden prohibiendo los festejos de “carnestolendas” debido al poco decoro de las mismas y al efectuarse arrojo de “agua y afrecho, y aún muchas inmundicias” sin distinción entre sexos y llegando a un desenfreno tal, que ni en las casas se estaba a salvo.

Cuando el antiguo gobernador Vértiz llegó a virrey, luego del ejercicio de ese cargo por parte de Cevallos, el nuevo representante del monarca en estos lares -hombre culto, refinado y práctico- decidió fundar La Ranchería, un teatro de paja y madera ubicado en la intersección de las actuales calles Perú y Alsina que, al no ser rentable su mantenimiento para obras “cultas” y cumplir su función recaudadora para sostener la casa de niños expósitos -también creada por Vértiz-, no dudó en alquilarlo para que fuese sede de, entre otras actividades culturales, los bailes de Fandango, prohibido años antes bajo pena de arresto y envío durante dos años a las Malvinas para ejecutar obras para el rey, si fuese español, o doscientos azotes si fuera negro, mulato, mestizo o indio (Puccia: 10). 

Durante dos años los fandangos fueron un éxito y se vivió una “primavera” carnavalesca en la aldea del Río de la Plata, hasta que un cohete comenzó un principio de incendio en el mencionado teatro combustible, lo que provocó las admoniciones de Fray José de Acosta, quien desde la iglesia de San Francisco condenó al fuego eterno a todo aquel que participase de esos bailes diabólicos que, claramente, traían las llamas desde el averno hasta las pretensiones de una nueva sociedad ilustrada y temerosa de dios. En aquel momento, Vértiz se opuso a tal flamígera declaración y tomó cartas en el asunto, enviando al párroco al interior -Puccia dice que puede ser a Córdoba o a Tucumán- y tratando de reorganizar los festejos en un marco normativo adecuado. Años más tarde, ya incendiado nuevamente La Ranchería, el 13 de febrero de 1795, el virrey Arredondo emitió un nuevo bando en el que prohibía los “juegos con agua, harina, huevos y ‘otras cosas´”. 

Por lo visto, en la colonia también se alternaban diferentes caracteres entre los diferentes virreyes y, si bien todos respondían al monarca, había diferencias con respecto a su mirada hacia los sectores populares. No siendo el objeto de este trabajo, solo dejaremos entrever que ya en aquellos tiempos, los gobernantes oscilaban entre la regulación y la prohibición, y que los festejos populares siempre incomodaron de una u otra manera a los sectores más acomodados de la sociedad porteña.

Carnaval luego de la Revolución de Mayo

Tras la Revolución de Mayo, durante años, el carnaval quedó librado al azar, generándose verdaderas batallas de agua, huevos y demás líquidos (hasta los que se les ocurra), y llegando en la campaña a ser escenario para dirimir liderazgos a caballo lanzado (Puccia: 15). Hacia 1824 comienzan a publicarse edictos policiales en el periódico Argos que conmina a cesar los festejos de carnaval. Hay un libro, citado por Puccia pero al que tuve acceso, que se llama Cinco años en Bs. As. (1820-1825), firmado por Un Inglés (sic)(3), que hace un exhaustivo recorrido por el Buenos Aires de antaño, y que al referirse al carnaval dice:  “Llegado el carnaval, se pone en práctica una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojando cubos y baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa. Se emplean huevos vaciados y llenos de agua que se venden en las calles. A la salida del teatro en Carnaval, el público es saludado por una lluvia de esos huevos. Las fiestas duran tres días y mucha gente abandona la ciudad en este tiempo, pues es casi imposible caminar por las calles sin recibir un baño” (4). No habiéndose descubierto aún el látex, los huevos parecen haber fungido como antiguas bombitas de agua. 

Para los carnavales de 1825, bajo el gobierno de Las Heras, se decidió dedicar tres días de Carnaval a festejar las victorias del año anterior en Perú, que redundarían en la expulsión total del reino de España de casi toda América (aún quedaría Cuba en manos realistas), “circularon programas en que se pedía a padres y cabezas de familia que asistieran, y prohibiesen los juegos de agua, llamándolos «vergüenza de un pueblo civilizado». El pedido tuvo, en cierta medida, el efecto deseado; pero por la noche la gente no pudo prescindir de su diversión favorita, mojando a los transeúntes con agua, sobre todo en la Plaza, donde jóvenes traviesas me obsequiaron con estas singulares demostraciones de júbilo” (Un inglés: 56). Se ve que, a la alegría, al igual que al agua, por más que se intente encauzarla, se manifiesta de la manera que se le antoja, incluso sobre los ropajes de un atildado inglés.

El mismo inglés cuenta que durante esos festejos, durante tres noches se iluminaron las calles y desde el cuartel de policía se vivaban los nombres de los revolucionarios. Se jugaba al palo enjabonado, al rompecabezas, dos bandas militares tocaban música y el buen tiempo hacía que la gente saliese a las calles en tropel. El autor no deja de verter su impresión todo el tiempo a la vez que se preocupa ante tanta alegría, ya que dice: “temía por la futura felicidad moral del país: cuando la población aumenta vienen sus acompañantes, el crimen y la miseria” (Un inglés: 99). En aquellos días de 1825 se cantó el himno nacional y la procesión callejera en el último día contó con la presencia de personajes públicos. El inglés señala que entre la concurrencia se hallaba Mr.Pousset, el vicecónsul británico y Mr. Slacum, el cónsul norteamericano. Ante tal concordancia el narrador no deja de maravillarse y nos da la pauta de cómo se veían esos tiempos en el Plata: “¿Quién hubiera soñado esto hace cuarenta o cincuenta años, un cónsul británico yendo en procesión con un cónsul de sus colonias hoy país independiente, a celebrar la independencia de otra parte del continente americano?” (El inglés: 100).

Para 1827, la fuerza de la presión moralista se expresaba desde La Gaceta de Buenos Aires. El periódico fundado por Moreno con ínfulas de libertad se manifestaba a través de la pluma de un tal “amigo de la buena moral” para criticar a la policía por no reprimir los libertinajes del carnaval, y aprovechaba para denunciar ser partícipe de aquellas juergas callejeras a personajes reconocidos como “Manuel Dorrego, Miguel E. Soler y Lucio V. Mansilla” (Puccia: 18)

Parece ser que en aquellos días el carnaval estaba incorporado a la vida cotidiana, pero prontamente, a caballo de las disputas por la organización del país, llegaron nuevas prohibiciones que, independientemente del lado que hubiesen provenido, conllevarían a los mismos resultados: regulación o prohibición. Para 1830 Guido envió un oficio a la policía, que muy solícitamente hizo imprimir y pegar por toda la ciudad el jefe de dicha fuerza. En el mismo se consignaba la costumbre del carnaval como semi-bárbara y, por lo tanto, solicitaba (no prohibía) que los porteños dieran muestras de civilidad y se abstuviesen de los juegos con agua y demás jugos. 

En 1832, más precisamente el 29 de febrero, el gobernador Juan Ramón Balcarce promulga un edicto en el que se prohibían las máscaras y no se permitía “jugar” con aquel que no quisiera y, reflotando un edicto de 1821, prohibía bajo pena de trabajos públicos -algo así como una probation- a quienes fueran sorprendidos diciendo palabras obscenas u ostentando arma blanca o de fuego. 

El carnaval durante el Rosismo

Con la llegada del Restaurador a la gobernación, comienza una nueva etapa en la que, si bien la comunidad afroporteña salía con sus tambores a festejar con alegría y en libertad, un sector de la sociedad veía con reticencia los desmanes asociados a la “chusma”. La visita de Rosas a las “naciones” de pueblos afroargentinos está documentada y la asociación del rosismo con la población negra es harto conocida no porque la hayan difundido los adeptos al brigadier general, sino por haber sido vociferada por sus detractores. Algo que para muchos habla bien de la política del entonces hombre fuerte de la Santa Federación, es utilizado por sus detractores para diferenciarse como “gente bien” o “culta”. 

Durante mucho tiempo, sus opositores se refirieron al carnaval como El carnaval de Rosas” y en textos de Ramos Mejía, el manco Paz o Vicente Fidel López se pueden leer las críticas a la barbarie del carnaval en la década del 20 y principios del 40 del S. XIX (Puccia: 27-28). Para atemperar el encono de algunos detractores de los sectores pudientes e incluso de la Iglesia que lo bancaba, en 1836, Don Juan Manuel regula la actividad anunciando que aquellos que decidan jugar con agua desde las azoteas, deberían dejar cerradas las puertas de sus casas, algo que se ve a las claras que no era muy común en aquella época (5). 

Pareciera que la medida no fue muy acatada y tampoco hubo mucho celo en hacerla cumplir, ya que para 1844 la cosa se endurece y, directamente, se proclama la prohibición del jolgorio debido a los desmanes que no habían podido ser controlados con las regulaciones anteriores. La proclama, que arranca con el consabido “¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!” y que lleva como fecha el 22 de febrero de 1844, “año 35 de la Libertad, 29 de la Independencia y 15 de la Confederación Argentina”, dice que queda abolido para siempre el carnaval y que la medida ha sido tomada porque “semejante costumbre es inconveniente a las habitudes de un pueblo laborioso e ilustrado; que el tesoro del Estado se grava y son perjudicados los trabajos públicos; que las elaboraciones en todos los respectos sufren por esta pérdida de tiempo en diversiones perjudiciales; que redundan notables perjuicios a la agricultura y muy señaladamente a la siega de los trigos; que se perjudican las fortunas particulares y se deterioran y ensucian los edificios en las ciudades por el juego en las azoteas, puertas y ventanas; que la higiene pública se opone a un pasatiempo del que suelen resultar enfermedades; que las familias sienten otros males por el extravío indirecto de sus hijos, dependientes o domésticos”.

La doble vara de las oposiciones hipócritas no es algo nuevo en nuestro país. Luego de ser un gran detractor del “Carnaval de Rosas”, una vez prohibida la fiesta popular, Sarmiento se convirtió en un gran defensor de las carnestolendas y ya siendo presidente -y conocido juerguista, orgiástico y carnavalero-, en 1869 restaura el carnaval, participando personalmente de las comparsas y recibiendo por parte de la comparsa “Los habitantes de la luna” el título de “Emperador de las máscaras”, título que incluía una medalla alusiva que lo caricaturizaba (6). 

El rematador Baizán, filántropo y carnavalero

Pero para no extendernos demasiado en este artículo, ya vamos acercándonos en tiempo y espacio a nuestros barrios, y nos metemos con un personaje más que interesante: el rematador Baizán. Hermenegildo Baizán había nacido en Navarra entre 1839 y 1840. Luego de emigrar, participó de la Guerra del Paraguay y al regresar de la misma se convirtió en un martillero de los más ingeniosos. Sus anuncios de remates de parcelas estaban cargados de humor y las más de las veces también con un fuerte componente racista y machista, y si bien no son indispensables para esta nota, hay uno que no podemos dejar de transcribir por su pertinencia temática y zonal. El 2 de marzo de 1890, a las 5 de la tarde, anunciaba el remate de tres propiedades en la zona del Mercado de Abasto diciendo: “Estas propiedades se van a quemar porque el dueño acaba de llegar de Europa para liquidarlas aunque sea por la mitad de su valor, este hombre que es extranjero cometió la imprudencia de casarse con una criolla media achinada, que en este Carnaval andaba en una Comparsa vestida de Libertad, por supuesto fue contra la voluntad de su esposo, el primer día se les hizo humo a las compañeras se fue a bailar con corte a uno de los teatros para lo cual ya estaba convenida con un criollo que para bailar no se mueve de su puesto, pero que menea todo el cuerpo, las demás noches a (sic) hecho lo mismo siempre cambiando de compañero, por esa razón el marido vende por lo que den y se lo aprieta para Nápoles, si te he visto no me acuerdo, a la porra abanico que viene el invierno; los que compren se pondrán panzones” (7). 

Más allá de las acciones más o menos grotescas que le servían para engrosar sus arcas, Baizán había abierto un asilo en una de sus propiedades de la calle Soria (actualmente Sánchez de Loria), aunque la fuente consultada no da precisiones sobre la numeración de dicha propiedad. Por otro lado, don Hermenegildo también fue el rematador de la propiedad que luego sería la casa de la familia del Dr. Macagno, actual presidente de la Junta de Estudios Históricos de San Cristóbal “Jorge Larroca”. Junto a cierto espíritu benefactor, también existía el de propiciador de carnavales. Así, en 1880, pidió autorización para acondicionar la calle Moreno, desde Pichincha (dónde él vivía) hasta la calle Lorea (la actual Sáenz Peña) (8). Ya en 1890, el famoso “Corso de Baizán” contaba con la afluencia de alrededor de 20000 personas y llegaba desde el llamado Jardín del pensamiento (un “hueco” colmado de durazneros donde luego se erigiría el mercado Spinetto) hasta la calle Virrey Cevallos. Luego del fallecimiento del hombre -el 19 de junio de 1892-, en 1895 el intendente fijó el recorrido oficial haciéndolo pasar por la esquina de Moreno y Pichincha, donde quedaba su casa (Rezzonico). 

 Por dos motivos daremos un salto en el tiempo: por la peligrosa extensión que va cobrando este trabajo y por el poco tiempo para la entrega (mañana es carnaval y ya en mi youtube suenan murgas de antaño). 

El carnaval entre el Peronismo y la dictadura

Hay un excelente documental dirigido por Gustavo Marangoni, “Nariz, el murguero” (9), que no solo rescata la figura, la voz y la imagen del legendario murguero Nariz (o Mimo), sino que efectúa una historización del carnaval en los tiempos del peronismo, la resistencia, la dictadura y el resurgimiento tras la democracia. Y si bien es verdad que son muchos años resumidos en poco tiempo, lo cierto es que hay ciertos hitos que se rescatan a través de la historia oral, del testimonio en primera persona, que bien valen la pena transcribir para dar cuenta, al menos sucintamente, de la importancia de la cultura popular en tiempos del peronismo. 

En el documental, Nariz se ufana de que el 17 de octubre, el único bombo que hubo en la Plaza de Mayo salió de Malabia y Cerviño (lo cual también habla de la gentrificación del barrio de Palermo, aquel que Borges identificó como arrabal y cuna de taitas y malevos) y que quien lo percutía era él en persona. Para afirmar su adhesión al Pocho, en vivo canta una canción de la murga que él integraba: “Carnavales de la fama para todo aquel dichoso, y por ende de nosotros, que buscamos diversión, Pero en la dicha señores, este pueblo tan glorioso, no olvida a sus bienhechores, y dedica esta canción: 20% de aumento y día feriados pagos, rebaja de alquileres, mejor salario al peón, junte a esto el aguinaldo, y me diste un día conciencia, y dirás junto a nosotros, viva el Coronel Perón” (Nariz: Min. 17).

En aquello tiempo el corso y los carnavales tuvieron un resurgir maravilloso y las fiestas, según consigna el murguero, no eran de cuatro días locos como cantaba Alberto Castillo, sino que se extendían por seis: los cuatro del carnaval propiamente dicho, más los dos del fin de semana siguiente. La bonanza promovida por un Estado benefactor redundaba en los veranos porteños en carnavales a todo trapo y llenos de gente en la calle.

El capítulo dedicado a este período amerita un texto aparte, pero sí queremos señalar algunos datos que consigna el asesor histórico del documental (Coco Romero) en un testimonio más que jugoso: cuando llega la dictadura del 55, la auténtica barbarie -la de la fusiladora- quema todos los archivos de canciones de murga de SADAIC, perdiéndose un patrimonio musical inconmensurable y del que solo quedan registros reconstruidos de las memorias de aquellos que, como Nariz, pudieron ser entrevistados. 

Durante el gobierno de Onganía, cuenta también Coco Romero en el documental de marras, antes de ir al carnaval, la murga debía pasar por la comisaría para dejar los nombres de todos los integrantes del centro murga. Luego de este ensayo para el horror, y tras la primavera de bombos del 73, llegaría el horror sin matices con el golpe del 76 y la definitiva prohibición del carnaval. 

La democracia y el carnaval en el barrio San Cristóbal

Con la llegada de la democracia comenzaron a pulular nuevamente los denominados Centro Murga. Estallaron por toda la ciudad, en las plazas y parques, en los centros culturales y en las unidades básicas, y también en algunos lugares de carácter neutro, alejado de los barrios, pero con el mismo fervor. La murga de aquella/os que no tenían una raigambre barrial, podía ser desplegada en lugares como el Centro Cultural Ricardo Rojas. Los corsos, durante la democracia, comenzaron a tomar los barrios y a organizarse con total libertad. Pero será recién en 2010, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que se decretó la restitución de los feriados de carnaval y volvieron a vestirse de rojo en los calendarios las fechas festivas. 

Para hablar del carnaval en el barrio de San Cristóbal me reuní con tres integrantes del Centro Murga más antiguo del barrio: Resaca Murguera. Nos juntamos en el club que funciona en la plaza Martín Fierro, que, además, es donde ensaya la murga. Allí me encontré con la Chori (Natalia Somoza), Maru (María Eugenia Gaudio) y Juli (Julián Saldivia), tres integrantes fundacionales de esa maravilla de baile y color que engalana las calles del barrio no solo durante el carnaval, sino que sus bombos comienzan a sonar en junio y no se apagan jamás, solo se toman un descanso para volver a templar lo parches. Una vez terminado el carnaval, se dedican a recuperar la gola y comenzar a pergeñar nuevas canciones, nuevos pasos y nuevos arreglos para el año venidero. 

Una de las primeras murgas que se recuerdan en la reunión (aquí es donde esta historia puede completarse con recuerdos de otra/os vecina/os) data de fines de los ochenta y principios de los noventa. Se llamaban Los Fantoches de San Cristóbal y también ensayaban en la plaza Martín Fierro. Otra murga que se recuerda, y que tiraba su fantasía en Combate de los Pozos y Cochabamba, era Desgastando el asfalto.  Actualmente hay tres murgas en el barrio (o al menos tres murgas pudo contar este cronista): Resaca Murguera (la más antigua), Magia Murguera (que ensaya en la plaza Ramona Gastiazoro de Brontes, de Cochabamba entre Pichincha y Matheu) y la más reciente llamada Los Secuaces de San Cristóbal, que ensaya en la antigua “canchita”, el famoso Patio 5, del que ya contaremos su historia. Estas dos últimas se fundaron a partir de exmiembros de Resaca. 

En el año 1999, Natalia Somoza, la Chori (actual directora junto a Pablo Gauna), tenía 17 años. Ella nos cuenta que iba a la Martín Fierro con Ruth, que tenía 18, y cinco chicas más, a bailar en una murga pequeña que se llamaban Los motivados de San Cristóbal. El 1 de mayo del 99, recuerda, fue su primer ensayo. Pero esa murga no duraría mucho tiempo. En Junio de ese mismo año conocieron a una persona que iba a ser alma mater del nuevo murgón y que le daría una identidad única y reconocible, además de una organización que perduraría en el tiempo: el Mono Albino Saldivia. En ese invierno del 99 comenzaron a ensayar en “la canchita”.

El nombre de la murga, como casi todo lo que vendría después, se definió de manera democrática. Se juntaron en la Unidad Básica que había en Pavón entre Pasco y Pichincha (ahora funciona un local de arreglo de cosas eléctricas), y haciendo honor a los restos que dejaban las tres o cuatro presentaciones por noche que tenían, le pusieron Resaca Murguera. A partir de ahí, con la impronta organizativa y el liderazgo del Mono, comenzaron a ensayar de lunes a lunes. En Octubre del 99, con apenas meses de ensayo, tuvieron su primera salida. Finalmente, también, se establecen los colores definitivos que duran hasta el presente: azul, blanco y verde.  En 2000, teniendo como directores al Mono y Caco, salen en la Canchita cerca de 100 integrantes. Cuando les pregunto a Maru, la Chori y Juli quién hacía las canciones en ese primer momento, me cuentan que se las compraban a Teté, un murguero de antaño que aún anda haciendo de las suyas por ahí. 

En el año 2002 se cerró la canchita y comenzaron a ensayar en la Martín Fierro, pero ese mismo año, habiendo algunas diferencias en su interior, la murga no salió. No obstante, la persistencia de algunas de las chicas que habían estado desde el primer momento (la Chori y Maru entre ellas; Juli, el hijo del Mono, era muy chico en ese entonces) hablaron con el Mono para continuar con Resaca. Para el carnaval de 2003 se presentaron al Pre-Carnaval que organiza el gobierno de la Ciudad de Bs. As. y quedaron seleccionados junto a otras 140 murgas de toda la ciudad. 

La Chori nos dice que de allí en adelante el aporte del Mono fue fundamental. Él, nos dice, entendía la murga como un laburo social en el barrio, en su comunidad. Supo descubrir una necesidad y encausarla, organizarla y dotarla de contenido, pero con tal libertad, que luego, a pesar de su fallecimiento, Resaca vuela sola, aupada en la construcción colectiva que supo alentar. Cuando le preguntamos a Maru por el Mono, nos dice que fue un líder oculto. Cada vez que pudo correrse lo hizo y siempre fue muy respetuoso. Siendo peronista hasta el tuétano, siempre respetó a los demás independientemente de la ideología política. Julián, su hijo, reconoce, más allá del afecto, que parecía estar en todos lados: cada vez que alguien precisaba algo, él estaba ahí. 

De aquel 2003 en adelante el crecimiento fue exponencial y los cambios muchísimos. La composición comenzó a hacerse dentro de la murga, la dirección (aún en vida el Mono), paso a estar en manos de otras personas, de las tres categorías que existen, Resaca se ubicó en la A (la mejor) y, finalmente, en 2019, San Cristóbal tuvo por primera vez en la historia su primer corso, que se hizo en Constitución entre Oruro y Urquiza. 

Sin dudas la pandemia fue un golpe para toda expresión popular callejera, pero pasados los momentos álgidos de la misma, los recortes al carnaval realizados por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, sobre todo a la vista de las incoherencias con respecto a otras actividades totalmente liberadas, parecen obedecer más a una sanción a la cultura popular, con sus ácidas críticas y con las calles tomadas, que a una preocupación genuina por la salud pública de porteñas y porteños. De los 30 corsos que había antes de la pandemia, este año solo habrá 12 corsos en la ciudad y ninguno en San Cristóbal (tampoco el de Boedo, ni el de Villa Urquiza), la mayoría en plazas o centros culturales, pero no con corte de calle. Antes de la pandemia había entre 16 y 20 salidas, actualmente solo tendrán 3 salidas por murga. Son tiempos duros para los cultores de Momo, pero se vislumbra que la rebeldía que sabe habitar en la/os murguera/os irá recuperando las calles como supo hacerlo a lo largo de los siglos. 

Esta historia, desde ya, es solo un recorte, y como todo recorte, injusto y plagado de omisiones que esperan ser subsanadas en futuras notas y con el aporte de vecinas y vecinos a través de las redes, de las construcciones comunitarias de la memoria histórica del barrio. Quedan pendientes, esperemos, muchos carnavales por delante, pero si algo tiene la murga de San Cristóbal es la riqueza de su semillero y su legado. De hecho, sobre el cierre de esta nota, me cuenta Maru (la encargada de la comunicación de Resaca Murguera) que la Comisión de Carnaval decidió ponerle nombres a los corsos o espacios de ensayos de las diferentes murgas de la ciudad. El lunes 28 de febrero a las 18:30 Hs. se pondrá una placa con el nombre de Albino “Mono” Saldivia en la plaza Martín Fierro, bautizando con su nombre al corso del barrio. Sin duda, ese día, sonarán los bombos, se gastarán las suelas de las zapatillas, se entonarán las canciones, arreciarán las críticas impiadosas y, sobre todo, seguirá consolidándose el espíritu carnavelero en nuestro querido barrio. 

Referencias

1 Martín, Alicia: El carnaval en Buenos Aires: Festejos y Festejantes. Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano 15. Bs. As. 1994. Pág. 6.

2 Puccia, Enrique H.: Breve historia del carnaval porteño. Cuadernos de Buenos Aires XLVI. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Bs. As. 1974.

3 Según Paul Groussac, el autor del libro sería Thomas George Love, fundador del semanario

porteño British Packet.

4 Un inglés: Cinco años en Bs. As. (1820-1825). Biblioteca argentina de historia y política 52. Ed. Hyspamérica. Bs. As.1985. Pág. 55. 

5 https://www.elhistoriador.com.ar/rosas-prohibe-el-carnaval/

6 https://casanatalsarmiento.cultura.gob.ar/exhibicion/sarmiento-y-el-carnaval/

7 Rezzonico, Carlos: Un personaje singular: el rematador Hermenegildo Baizán. https://buenosaireshistoria.org/juntas/un-personaje-singular-el-rematador-hermenegildo-baizan

8 https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/documents/las_calles_de_buenos_aires.pdf. Más allá de citar la fuente para ratificar el dato, esta nota al pie sirve para compartir un excelente libro en PDF sobre las calles de Bs. As. de ayer y hoy.

9 https://www.youtube.com/watch?v=r9z9xHIke2Q