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La construcción del Arsenal

Llega la cuarta entrega de la serie escrita por Adrián Dubisnky sobre la afirmación de la identidad Sancristobaleña, más allá de los límites barriales y comunales.

El 23 de agosto de 1885, siendo presidente Roca, se inauguró el Arsenal Principal de Guerra, y durante el gobierno de Yrigoyen, siendo ministro de guerra el coronel Isidro Arroyo, se le dio el nombre de Arsenal Esteban de Luca (1). El primer predio ocupaba solo la superficie delimitada por las calles Rincón, Garay, Brasil y Combate de los Pozos; luego se extendería hasta 15 de noviembre y hasta Pichincha. La importancia que tuvo para nuestro barrio es similar a la que adquiriría luego los Talleres Vasena, ya que gran parte de la población del barrio se conchabó en alguna de sus dependencias: “talleres de fundición, armería, artillería, mecánica, cartuchería, talabartería, carpintería”, entre otros (Llanes: 43). 

En 1890 ya se habían instalado en los terrenos que iban de 15 de noviembre a Caseros (siguiendo por Pichincha y Pozos), el Hospital Militar Central y la Cárcel de Encausados (Llanes: 44). Siendo ministro de guerra el General Ricchieri -asumió en septiembre de 1900, durante la segunda presidencia de Roca- se cerró la calle Brasil y se destinó para hacer ejercicios de artillería. En ese espacio definitivo del Arsenal, funcionaron la Escuela de Mecánica del Ejército Fray Luis Beltrán, la Dirección General de Material y el Regimiento 3 de Infantería. Esas 20 hectáreas quedaban, según la expresión de la época, al sur de la ciudad de Bs. As. y era considerado un arrabal periférico por los porteños.

El 22 de febrero de 1906 el barrio vivió un día de agitación. En la madrugada 

una descarga de fusilería sacudió la barriada de San Cristóbal. La detonación se había producido en el polígono de tiro del Arsenal. Aunque acostumbrados a los estampidos de práctica, esa mañana los simultáneos balazos conmovieron a los vecinos del cuartel. Porque todos sabían que en ese instante se acababa de cumplir una sentencia del Consejo de Guerra: El fusilamiento del soldado Dolores Frías (Larroca: 117). 

El soldado fusilado, de treinta y siete años, mendocino, estaba destinado en el Regimiento 12 de Caballería de Formosa. El 31 de octubre de 1905, enquistado con un sargento de apellido coronel, quien lo había encarcelado días antes por el supuesto robo de una chaqueta, luego de una discusión lo mató de un tiro. El soldado Frías fue trasladado a Bs. As. y condenado a muerte. Días antes de la pena, una perrita blanca se aquerenció con el condenado, viéndose su figura salir espantada en una de las fotos que publicó la revista Caras y Caretas. Las tragedias, en los barrios, suelen trascender en forma de leyenda. Una de ellas, nacida al calor de aquel fusilamiento veraniego, atribuye el paso de una figura fantasmagórica en las noches estivales de San Cristóbal. En el año 2015, la editorial Imaginador publicó un libro de cuentos en el que incluyó un cuento titulado El fantasma fusilado, una adaptación de la leyenda nacida al alba del siglo XX (2); y el investigador urbano Diego Zigiotto, en su libro Buenos Aires misteriosa, menciona la forma de un hombre sin cabeza con uniforme y galones de coronel y con una espada en la mano, al cual las balas atravesaron sin hacer mella en la figura espectral (3). A este hecho se le atribuye, por extensión, cierta maldición que presuntamente se cumplió con el presidente Manuel Quintana, quien luego de haberle negado el perdón al soldado Frías, iba a morir el 12 de marzo de ese mismo año.

Desde ese Arsenal, durante la Semana Trágica, salieron los soldados y las ametralladoras para reprimir la huelga de enero de 1919, como lo habían hecho para reprimir la Revolución del Parque de 1890. Mucha historia aconteció en esa dependencia castrense al vaivén de los hechos políticos y sociales del siglo XX, hasta que finalmente, luego de que la Revolución Fusiladora derrocase a Perón en septiembre del 55, y que también fusilase a dos militantes peronistas dentro del Arsenal (Labraña: 34), la junta golpista emitió un decreto que establecía la demolición del Arsenal y el traslado de sus dependencias.

El decreto, firmado en 1957, decía que lo hacía debido a que el arsenal era un “…adefesio dentro de la zona urbana de la Capital Federal…” (Larroca: 114). En 1967, diez años después de firmado el decreto, comenzó la demolición del viejo cuartel, como le decía mi abuelo, quedando solo en pie una pared en la esquina de Pozos y Garay, que también sería demolida durante la gestión de Macri como Jefe de Gobierno de la ciudad.

El potrero, los clubes y las piletas

El predio quedó abandonado durante años, hasta que, en parte de este, cruzando la calle 15 de noviembre hacia Caseros, antes de la “Cárcel vieja”, se comenzó a construir la Cárcel de Caseros, que constituyó una violación a todas las normas de detención humanitaria. En el resto del terreno se superpusieron dos proyectos: el del Parque Municipal Vuelta de Obligado y el del futuro Foro Judicial. El parque comenzó a hacerse y llegó a concretarse una parte. 

En la zona sur del parque, en la zona lindera con la avenida Garay, a fines de la década del 60 se fundó el Gasómetro Fútbol Club, en honor al bar El Gasómetro, aún existente en la esquina de Pavón y Pasco. El club fue fundado por varios vecinos, entre ellos uno de apellido Giglio (puntero radical de la octava, como se conocía a la circunscripción en aquellos días) y mi abuelo, Alberto Silva (Fotos al final). En sus orígenes, según el vecino José Daniel Bermúdez, el club utilizó remera blanca, acaso por ser la que más fácilmente tendrían todos los integrantes del equipo.

El mismo Bermúdez integró el primer equipo juvenil del Gasómetro junto a Enrique Pisapia, quien luego jugaría en la primera en San Telmo. En las divisiones mayores de ese mismo equipo también jugaron Carlos Mastrángelo y Carlitos Demaro (ambos exarbitros). “Luego, el club pasó a llamarse San Cristóbal norte”(4), ya que en aquellos tiempos la avenida Garay separaba a San Cristóbal norte de San Cristóbal sur.

Alrededor de las canchas, que contaban con iluminación, había unos postes con alambrados, y detrás de ambos laterales había sendos bancos pintados de verde donde se sentaban los mayores, “porque no alcanzaban para todos” (Bermúdez).

Los partidos, según el testimonio de un memorioso exvecino del barrio, Jesús Adolfo Rodríguez, llegaron a alcanzar cierta fama debido a que Canal 13, durante las mañanas de los domingos, transmitía los partidos que se hacían en las canchas que allí se habían armado (5). Otro vecino nos cuenta que la divisional se llamaba Aficionados, y que su sede estaba a la altura de la calle Sarandí (6).

Si de relatos se trata, no podemos obviar el relato de Alejandro “Pichi” Medici, quien aportó una foto al acervo de la Junta de Estudios Históricos de San Cristóbal, en el que figura la formación de Petete, equipo que integraba y, según su testimonio, fue campeón en su categoría del año 75, parado de manera tal que se observa parte de las instalaciones del club (7). También en se espacio, como miles de vecinos, jugaba el equipo de Canal Once en los primeros ochenta.

En el espacio que ocupaba desde 15 de noviembre al norte, en los terrenos del actual Hospital Garrahan y el Parque Vuelta de Obligado, se había proyectado construir el denominado foro judicial cuyo proyecto original fue concursado por la Soc. de Arquitectos (8).

Pablo Daniel García nos dice que “incluso (se había pensado) que se trasladaran los juzgados criminales a la planta baja de la cárcel de Caseros. De hecho, durante años, circularon maquetas del proyecto en el edificio de los Juzgados Federales Civiles y Comerciales que tienen sede en la calle Paraná al 400.

El proyecto se frustró. Se volvió a hablar de reflotarlo durante la intendencia de De La Rúa, pero todo quedó en la nada”(García: febrero 2020). Durante la segunda presidencia de Menem, finalmente se descartó definitivamente realizar el eternamente futuro Foro Judicial (así figuraba en la guía Filcar), también la policía dejó el lugar y el parque ingresó en un período de descuido, aunque siempre de usufructo vecinal, hasta que las asambleas de 2001 empujaron la parcería vecinal y, en un sector del parque, con ayuda de Eduardo Sábato -por entonces consejero vecinal- se fundó la Huerta Comunitaria Vuelta de Obligado, conducido por Nelly y su tesón hasta la actualidad. 

Con respecto al Parque Vuelta de Obligado, Pablo Daniel García nos cuenta que “el parque tenía dos sectores: uno entre las avenidas Brasil y Garay en el que había canchas de futbol iluminadas y mantenidas (existen hoy sin mantenimiento y sin luz) y un club o centro deportivo dependiente de la municipalidad, incluso con pileta de natación, de excelente nivel, que tenía colonia de vacaciones, a la altura de la intersección de la Avenida Garay con Rincón.

El segundo segmento estaba delimitado por el otro lado de la Avenida Brasil y 15 de noviembre: allí había un parque hermoso con desniveles, césped, plantas e incluso una pequeña ciudad para niños, con calles, cruces, semáforos para andar en bicicleta o triciclo.

Quien escribe, recuerda los juegos, el lago, pero no la mini-ciudad de niños, que sí se erigió como parte de un proyecto de educación vial en el sector que ocupa el vértice que discurre de la Av. Garay hasta Brasil, casi llegando a esta última avenida. El puente se construyó para cruzar de un segmento a otro sobre la Avenida Brasil.

El parque en su totalidad fue realizado durante la intendencia de Montero Ruiz (31 de marzo de 1971 al 25 de mayo de 1973. N. del autor). “Al construirse el Garrahan, se rompió todo el parque hermoso que estaba entre Brasil y 15 de noviembre. Del otro lado, los militares cerraron el centro deportivo y taparon la pileta que era la alegría de tantos chicos del barrio y la tranquilidad de los padres” (García: 2020). 

Mis recuerdos con el parque

Al llegar la época que me incluye como vecino, no puedo dejar de dar mi testimonio con respecto al lugar en el que mi abuelo fue socio fundador de un club. Yo viví toda mi vida, a excepción de algunos períodos cortos, en la casa que compró mi bisabuelo en 1912, sita en Pavón entre Pichincha y Matheu.

Desde esa casa, mi abuelo me llevaba a pasear al parque, y algún recuerdo lejano tiene una imagen de él subiéndome a una de las ramas del ombú que estaba sobre la calle Brasil. Mi vieja me llevó a pasear en cochecito al sector que ahora ocupa el Htal. Garrahan cuando yo tenía un año (adjunto fotos, aunque seguro me llevaban desde mi nacimiento, en el carnaval del 72). 

En esos años de los primeros setenta del siglo pasado, se construyeron las piletas municipales. Recuerdo que cuando íbamos, mi viejo nos hacía decir que éramos municipales, sino había que abonar una entrada muy baja, pero mi viejo se la ahorraba.

En aquellos tiempos iba una barra grande de amigos y familia que se apropiaban de un sector que daba al alambrado que miraba hacia el sur, hacia el resto del parque, en el que se realizaban pantagruélicos asados y libaciones varias que devenían en sendas borracheras hasta que caía la noche.

El predio contaba con tres piscinas: una para niños, redonda, pequeña y de no más de cuarenta centímetros; otra redonda, de tres metros de profundidad; y una en forma de riñón, que iba del metro veinte a los dos metros con un lavapiés alrededor; actualmente su espacio rellenado es parte de la huerta. En el predio había vestuarios, duchas y un sector habilitado para hacer fuego.

Si se pudiese encarar una arqueología urbana seria, en el sector que se ubica hacia el este de la huerta, aún pervive el redondel, con un árbol en el medio, que da cuenta de la antigua piscina, al igual que las marcas a los costados de los lavapies y los espacios para ducharse antes del chapuzón.

Las piletas se cerraron a fines de los 70 o principios de los 80, y cuando las taparon (recuerdo que un tiempo quedaron abandonadas y con un grupo de amigos nos metíamos hasta en los vestuarios vacíos), le entregaron esa parte, hasta Pichincha, a la Policía Federal (muchos nos preguntábamos qué habría bajo la tierra que cubría las piletas).

Allí funcionaban los Boy Scouts de la Federal. De hecho, en la rotonda parquizada de arriba, la que ahora tiene el mástil, la vi utilizar para que descendiera un helicóptero de la federal. En la esquina de Pichincha y Garay, extendiéndose hasta casi Brasil, durante años hubo un cementerio de autos: correr y jugar a la escondida por entre esa muerte metalmecánica, hasta la hora en que se confunde perro con lobo, era uno de los pasatiempos más divertidos de mi infancia. 

Entre esos coches, las canchas y las barrancas jugábamos con mis amigos, incluso llegamos a armar un pequeño campamento en el que pasábamos la noche en uno de los huecos que descienden la barranca; y en el ombú, tirado abajo por la desidia de los gobiernos porteños, más de una vez tomamos un mate cocido y nos contamos miles de historias.

Al referirse a ese ombú, el historiador Larroca elucubra una posible mirada de Rosas cuando partía hacia el destierro y al que data como preexistente al Arsenal, respetado cuando se construyó y cuando se derribó el arsenal, pero irrespetado por la picota neoliberal; quizás, de haberse datado, podría haber constituido un ejemplo de flora precolombina (Larroca: 24).

Ese mismo ombú, cuya desaparición solo es explicable a través de la desidia, fue mucho más que un ombú plantado en medio de la pampa húmeda y, mirado o no por don Juan Manuel, sin duda el brigadier exiliado fue observado por ese ser preexistente a toda su estirpe.

Testigo inmóvil -anche no mudo- de un huevo serpentino que devendría en un absoluto con la instauración del progresismo, la modernidad y la posmodernidad, que pregona que en tanto no existe la historia, de nada sirve mantener el patrimonio cultural, que, por otro lado, se halla a su vez arborizado por medio de un yuyo inmenso como lo es el Ombú, árbol-casa que en lugar de albergar la imaginación de nuevas historias y mitos, recibió el escarnio y el desinterés que redundaron en su aserrado impersonal. 

La misma imagen de difícil corroboración, la de Rosas yendo a Southampton, también la elucubra Jorge Labraña en su artículo Árboles con historia, incluido en la publicación Historias de la Ciudad. Pero no se detiene ahí la excelente investigación de Labraña, sino que hace un breve pero conciso recorrido sobre la historia del ombú que ya es absoluta historia. 

En el mencionado artículo, el ombú aún existía, y el autor lo situaba, como muchxs memoriosxs bien podrían dar testimonio, en la actual avenida Brasil al 2100, en la puerta del Hospital de niños Juan P. Garrahan, casi en un cruce imaginario con la calle Rincón. Para saber dónde estamos parados, debemos tener en cuenta que la foto que acompaña su investigación lleva como título el nombre “Ombú de la negra Paulina”.

Referencia bibliográficas

1 http://sancristobalteencontre.blogspot.com/search?updated-max=2012-09-30T16:44:00-07:00&max-results=7&start=4&by-date=false Este blog fue una iniciativa de las maestras Gabriela Miyar y Silvia Andrea Torchia, realizado junto a la/os Alumna/os de la Escuela N° 25 Gervasio A. Posadas.

1 Llanes, Ricardo M.: El barrio de San Cristóbal. Cuadernos de Buenos Aires N° XXXIV. Municipalidad de la Ciudad de Bs. As. 1970. Pág. 43.

2 Dubinsky, Adrián (Escritor fantasma): Cuentos de misteriosos espíritus. Editorial Imaginador. Bs. As. 2015. Pág. 63.

3 Zigiotto, Diego: Buenos Aires misteriosa. Ediciones B. Bs. As. 2014. Pág. 195.

4 Testimonio de José Daniel Bermúdez. Febrero de 2020.

5 Testimonio de Jesús Adolfo Rodríguez. Febrero de 2020.

6 Testimonio de Pablo Daniel García. Febrero de 2020.

7 Referencia de Pichi en el bar El Gasómetro de Pavón y Pasco en julio de 2022.

8 Testimonio de Agustín Ilutovich. Febrero de 2020.