En Boca Juniors todo se magnifica, lo más pequeño e insignificante se presenta como una catástrofe en la mayoría de los canales deportivos. En un fútbol hipercompetitivo y parejo, pareciera ser que los de azul y amarillo tienen que ganar siempre, de lo contrario “hay crisis”.
El conjunto de Hugo Ibarra venía de una derrota dolorosa, como todas. Pero eso no implicaba una debacle, como vaticinaban desde algunas señales de TV. Luego de la eliminación en la copa libertadores frente a Corinthians (y la salida de Sebastián Bataglia), los xeneizes venían de dos caídas y un triunfo.
Ante la espuma mediática, se necesitaba tranquilidad. Su entrenador y su gente supieron leerlo de la mejor manera porque entendieron, ante todo, que no había tal caos.
Las razones son contundentes: es el último campeón del fútbol argentino, tiene uno de los mejores planteles locales y su participación en las competencias internacionales solo fue superada, en condiciones de extrema paridad (y con robo ante Mineiro), por equipos brasileños que cuentan con presupuestos que triplican a los de estas pampas.
Pero lo más importante del presente no es su marco deportivo. Boca Juniors consolida un modelo institucional que recupera su identidad histórica de la mano de sus ídolos futbolísticos y deja en el olvido las visiones gerenciadoras que dominaron la dirección del club durante más de dos décadas.
El club que se convertía en un jugoso negocio para el turismo internacional cayó en manos de una dirigencia que prioriza al barrio, a sus divisiones inferiores y a los hinchas que cada partido desbordan la bombonera para alentar sin descanso.
En ese marco, la londinense noche de Buenos Aires se iluminaba a pocas cuadras del riachuelo. La neblina se disipaba por la implacable fuerza de los reflectores del estadio, pero también por el amor, los cantos y la alegría de las decenas de miles de bosterxs que inundaban las calles de La Boca.
La resonancia del estadio más lindo del mundo no mostraba crisis, ni enojo, ni desazon. Todo lo contrario, el aliento incanzable de siempre bajaba desde las bandejas sin reparos ni cuestionamientos.
Los jugadores y el entrenador respondieron a ese cariño y comprendieron que había que pasar la página del mal trago ante Argentinos Juniors en la Paternal. Boca hizo honor a su camiseta y a la jerarquía de sus plantel con una propuesta que afixió a Estudiantes mediante la presión en el campo rival.
Al compromiso con la recuperación del balón, le correspondió el ataque y la generación de peligro permanente en el área del equipo rayado. Situación que se completó con una solidez defensiva, solo opacada por el descuento del equipo de la ciudad de las diagonales.
Los xeneizes durmieron contentos y tranquilos porque el club de sus amores demostró que está bien en lo futbolístico y en lo institucional. Todo lo demás es puro cuento.